En 2012, el desastre de los dos gobiernos emanados de Acción Nacional regresó el poder al PRI y muchos temieron un nuevo y largo reinado del todopoderoso partido que ha gobernado a millones de mexicanos durante casi un siglo. Pero no fue así, y en las elecciones del 1 de julio no sólo cayó al tercer sitio, también perdió prácticamente toda la fuerza en el legislativo. Los Congresos federal y locales verán ahora lo que nunca habrían imaginado: el partido de Estado reducido a chiquillada
Texto: Ana Cristina Ramos
Fotografía: Agencia Cuartoscuro
Cuando Enrique Peña Nieto ganó la presidencia, en las elecciones de 2012, muchos temieron que el PRI volviera al poder por otros setenta años. El Revolucionario Institucional tenía todas las piezas para repetir otro sexenio o varios más: el cargo más alto del país (la presidencia), 52 de los 128 senadores y 212 de 500 diputados federales, 21 gobernadores, con casi igual número de congresos locales, y mil 510 alcaldes, de 2 mil 440 municipios que hay en el país. Todos gobernando bajo el manto del partido tricolor.
Pero seis años después, el PRI fue reducido a su mínima expresión y el lejano tercer lugar de su candidato presidencial quedó definido en un dato: no ganó ni uno solo de los 300 distritos electorales que hay en el país.
¿Qué salió mal? Las explicaciones son muchas: la verdad histórica de Ayotzinapa, que entorpeció y destruyó la posibilidad de investigar cabalmente la desaparición de 43 estudiantes en Iguala, Guerrero; la desmedida corrupción de los gobernadores del “nuevo PRI” –Javier Duarte en Veracruz, Roberto Borge en Quintana Roo y César Duarte en Chihuahua, por nombrar los que se encuentran bajo proceso–; la venta desmedida de recursos naturales para proyectos extractivos y la deuda más grande de nuestra historia.
“Perdimos la gran oportunidad en el 2012 ¿Nos cambiaron porque no cambiamos? ¿Cuál es el cambio que requiere el PRI? En mi opinión, el cambio debe ser del tamaño de la derrota”, dijo este lunes 18, en su mensaje de renuncia a la dirigencia nacional del partido, el guerrerense René Juárez Cisneros.
El 1 de julio, el PRI perdió las nueve gubernaturas disputadas y 19 congresos estatales.
Pero no sólo eso. Al final del conteo, sólo ocho de sus diputados federales ganaron en las urnas, y 36 alcanzaron un sitio por la vía plurinominal. En cuanto a los senadores, 10 ganaron en las urnas y seis lo harán como plurinominales; incluyendo a la nueva dirigente del partido, Claudia Ruíz Massieu Salinas.
En total, sólo 60 priistas ocuparán curules en los 628 espacios del Congreso de la Unión, algo inédito en la historia de un país en el que el priismo controlaba, desde las cámaras, las decisiones sobre cosas tan fundamentales como el presupuesto federal.
Ahora, al PRI le quedan cinco bastiones donde nunca ha perdido las gubernaturas: Estado de México, Coahuila, Colima, Hidalgo y Campeche.
Pero incluso ahí su poder se destartaló.
Los chiquibastiones
En el Estado de México, emblema del poder del PRI, las derrotas fueron, además, profundamente simbólicas. Morena le ganó a la vieja fuerza mexiquense los cargos de presidente municipal, diputado local y federal en Atlacomulco, cuna del grupo político que durante décadas fue semillero de la elite nacional y del cual surgió el presidente Enrique Peña Nieto.
Pero Atlacomulco no fue lo único que el “efecto López Obrador” se llevó: La coalición Juntos Haremos Historia se posicionó en 48 de los 125 municipios, incluyendo Ecatepec, Naucalpan y Toluca, tres de los municipios con más población, mientras que la coalición por México al Frente (PAN, PRD y MC) ganó 28 alcaldías. El PRI, que apenas hace un año dirigió una operación electoral calificada por la oposición como una “elección de Estado”, para ganar la gubernatura, contendió sin alianzas y consiguió 23 municipios (una quinta parte del total) y sólo un diputado local (en Valle de Bravo) de 45 posibles.
Con este nuevo escenario tendrá que gobernar Alfredo del Mazo: un Congreso estatal con mayoría absoluta de Morena, sin senadores y con sólo tres diputados federales de su partido.
En Coahuila, otro estado en el que el PRI mantuvo la gubernatura en 2017 en una elección que tuvo que resolverse en tribunales, la votación se dividió a la mitad: de 38 ayuntamientos, la coalición del PRI con el Partido Verde y Nueva Alianza ganó 18 y la del PAN con Movimiento Ciudadano y Unidad Democrática de Coahuila obtuvo 15.
En aquella entidad, lo que más perdieron los priistas fueron diputaciones federales. De los siete lugares que corresponden a Coahuila, sólo conservaron los dos que representan el distrito de Saltillo.
Pero una de las mayores sorpresas se dio en el estado de Hidalgo, otro de los semilleros políticos del priismo nacional y de donde vienen importantes personajes en la administración de Enrique Peña Nieto, como el exprocurador Jesús Murillo Karam; el ex secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong; y Nuvia Mayorga, encargada de la comisión de Presupuesto y Cuenta Pública la Cámara de Diputados entre 2012 y 2013.
En ese estado, se contendió por los puestos en los congresos locales y federales. De los 18 escaños del congreso local, los ciudadanos votaron por el PRI sólo en uno, el resto lo ganó Morena. A nivel federal, el tricolor no ganó un solo asiento en el Cámara de Diputados, aunque eso no dejó fuera del senado a Osorio Chong, cuarto en la lista de candidatos plurinominales, ni a Nuvia Mayorga, quien llegó como senadora de la primera minoría.
Campeche fue otro lugar de bajas, aunque quizá fue el estado que más resistió la debacle. El PRI perdió el puerto petrolero de Ciudad del Carmen por 223 votos, y también la capital, Campeche (ambos municipios los ganó el PAN). Y aunque la mayor parte de los ayuntamientos y distritos locales siguen siendo del partido tricolor, la radiografía política del estado se fragmentó en tres partes y el PRI sólo consiguió uno de los cinco escaños federales posibles.
En Colima, el quinto de los estados que no ha tenido gobernadores que no sean del PRI, ese partido perdió todo el Congreso local, y de los 16 escaños en disputa que se votaron el 1 de julio, 15 se fueron para la coalición de Morena, PES y PT y uno para la mancuerna del PAN y el PRD.
¿El fin del partidazo?
En las elecciones presidenciales de 1976 salió a votar el 69 por ciento de la población mexicana; al finalizar el conteo se pudo comprobar que nueve de cada 10 votantes eligieron al candidato priista José López Portillo, quien no tuvo opositores en la boleta.
“Tuve satisfacción y desazón de ser candidato único. De tal manera que con que hubiera votado mi mamá por su hijito Pepito hubiera yo salido”, confesó años después López Portillo al historiador Enrique Krauze.
El presidente que prometió administrar la abundancia dejó al país con una de sus mayores crisis económicas, con una devaluación de 72 por ciento y una deuda externa que pasó de 21 a 76 millones de dólares.
A pesar de ello, las elecciones de 1982 tuvieron una participación electoral cercana a 75 por ciento de la población (sólo la de 1994 ha sido más alta, con 77 por ciento) y siete de cada 10 votantes eligieron otra vez al PRI: su candidato, Miguel De la Madrid Hurtado, sí tuvo oposición del Partido Acción Nacional, pero ésta apenas alcanzó el 15 por ciento.
En 1988, Cuauhtémoc Cárdenas encabezó la principal fractura del PRI y contendió con las siglas del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional; mientras que el PAN presentó una de sus candidaturas presidenciales más emblemáticas, con el sinaloense Manuel Clouthier. Ese año, sin embargo, se registró la menor participación electoral del México postrevolucionario: sólo la mitad de los mexicanos salió a votar, y el resultado, todavía controvertido, fue acusado de fraudulento por los candidatos de oposición.
Era apenas la simiente para la alternancia, que tendría expresión décadas después, justo en el cambio de siglo y milenio.
Aunque la alternancia no significó un golpe devastador para el PRI. En 2000, cuando llegó la primera transición, con el panista Vicente Fox Quesada, el PRI mantuvo 19 de las 31 gubernaturas y mil 395 municipios (57 por ciento del total); además, tuvo 208 diputados y 59 senadores. Es decir, estaba lejos de ser un partido acabado.
Las elecciones de 2006 registraron la segunda participación electoral más baja, con 58 por ciento. La atención se dirigió a la contienda entre el perredista Andrés Manuel López Obrador y el panista Felipe Calderón, cuya diferencia fue de 0.56 por ciento de la votación, lo que provocó un fuerte conflicto postelectoral; mientras que el priista Roberto Madrazo se quedó lejos, con 22 por ciento de las preferencias.
La fuerza del PRI en el Congreso disminuyó dramáticamente, al quedarse con 103 diputados y 39 senadores; sin embargo, había recuperado el terreno en los estados y tenía el control de 17 gubernaturas.
Luego, el calderonismo llevó a los mexicanos a una guerra no declarada en su propio territorio. Y dejó el terreno listo para el retorno de un PRI “renovado” y una sociedad más cautelosa para 2012.
El principio del fin
Poca gente recuerda los estados pequeños, pero en el 2015 los priistas estuvieron a punto de perder Colima. Aquella elección es considerada hasta ahora la más cerrada de la historia reciente de México. Lo que separó a Jorge Luis Preciado Domínguez, del Partido Acción Nacional, de José Ignacio Peralta, del Partido Revolucionario Institucional, fue una diferencia del 0.17 por ciento.
Además, la elección fue sujeta a un proceso de investigación por presunto uso de recursos públicos para inclinar la balanza a favor del PRI. Rigoberto Salazar Velazco, quien había sido secretario de Desarrollo Social del estado, confesó que se utilizaron recursos públicos para coaccionar el voto. Sin embargo, después de un largo proceso jurídico, se desestimó el proceso de anulación de la elección y el PRI permaneció en el poder.
Un año después, el PRI perdió la gubernatura de Veracruz, el segundo estado en importancia para el tricolor por la cantidad de votantes (más de cinco millones y medio).
El escándalo de corrupción de Javier Duarte -hoy preso- fue tan grande que dejó un terreno fértil para que el expriista Miguel Ángel Yunes llegara a la gubernatura con las siglas de Acción Nacional. En esa misma elección, el candidato de Morena, Cuitláhuac García, ganó casi todas las ciudades más importantes del estado, con excepción del puerto de Veracruz.
Las últimas señales llegaron en 2017, con las elecciones de gobernadores en el Estado de México y Coahuila, donde la diferencia entre el primero y el segundo lugar fue de menos de cinco puntos, en ambos casos. Los equipos legales de la morenista Delfina Gómez, en el Estado de México, y el panista Guillermo Anaya, en Coahuila, intentaron anular de las elecciones al alegar que el PRI rebasó el tope de gastos de campaña, pero como los siete magistrados del Tribunal Electoral rechazaron la nulidad.
Así fue como el coahuilense Miguel Riquelme Solís y Alfredo del Mazo Maza en el Estado de México, persistieron como gobernadores. Pero la suerte del PRI estaba echada.