Sobre el triunfo electoral de AMLO y la lucha popular

Los movimientos populares enfrentarán un escenario inédito. Sumidos en una situación muy difícil, y en un proceso electoral del que no fueron actores principales -a pesar de haber sostenido la resistencia y haber sido la expresión organizada del hartazgo social-, su posible dinamismo no vendrá por sus actos -probablemente- sino de los actos del gobierno que les afecten, de las respuestas de presión y ataque en contra de AMLO y ellos por la oligarquía ante cualquier ajuste en favor de los más pobres

Texto: Magdiel Sánchez Quiroz*

I. Triunfo de AMLO

El escenario de los días previos a la elección, en que el candidato de la coalición “Juntos haremos historia” Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se mostraba con un amplísimo margen de ventaja, se configuró –principalmente- por: un bloque inusitado de fuerzas e intereses en torno a la coalición; los lineamientos del proyecto de nación elaborados por el empresario Alfonso Romo, y los candados de las leyes reformadas que ha prometido no; el gabinete propuesto, que incluye a connotados zedillistas, promotores de transgénicos y ex funcionarios; la Ley de Seguridad Interior -que también ha prometido no tocar- que implica un cogobierno de facto con las fuerzas armadas; la ausencia de algún contendiente con liderazgo y fuerza para disputarle (reflejo de la crisis política profunda) y el hartazgo social tan fuerte en contra del Estado que tomó cuerpo como rechazo al PRI-PAN-PRD. 

Con esa gran ventaja, la posibilidad de concretar el fraude se fue diluyendo. Las consecuencias de la respuesta popular y la imagen internacional del sistema mexicano serían sumamente costosas. La masividad de la participación en las elecciones se explica principalmente porque por primera vez en la historia, la posibilidad de triunfo apareció como el escenario más probable. Fue entonces que estalló una rebelión contra el gobierno. Ocurrió una forma viable de canalizar el descontento social y castigar al régimen. Esta acción masiva posiblemente confluyó con la operación deliberada de una parte del aparato de Estado para desmontar el fraude en curso, ante la amplísima ventaja –quizás la presidencia- o al menos, de la renuncia deliberada del PRI por desactivarlo. Un columnista de El Universal, siempre cercano al poder, insinúa un pacto de ese tipo. El muy temprano anuncio del PRI en que reconocía su derrota y señalaba como triunfador a AMLO – mensaje hecho antes de que el Instituto Nacional Electoral lo anunciara- pudo ser también una vía para desactivar el fraude en desarrollo, para decirle a sus operadores, en ese preciso momento en que debían de robarse boletas y urnas, que dieran un paso atrás. 

En ese mismo sentido, es posible inferir, por el mensaje de reconocimiento y el primer encuentro a dos días de las elecciones, que el presidente Enrique Peña Nieto impulsa una transición pactada y pretende garantizar su impunidad. Los mensajes de respeto y respaldo al presidente hechos por AMLO desde su pre campaña permitieron un acuerdo de ese tipo. Podemos pensar en un escenario similar al juego político de Ernesto Zedillo con Vicente Fox, pues de haber avanzado el fraude en contra de AMLO, Peña Nieto sería señalado como el principal responsable y, para ganar legitimidad, el nuevo presidente, emanado de esa operación, tendría como una de las pocas posibilidades de ganar legitimidad, ir contra quien ha sido juzgado como el presidente más impopular de México, y sobre el recaen delitos que fácilmente lo podrían llevar a la cárcel (Tlatlaya, Ayotzinapa, la Casa Blanca).

Revisando la cantidad de votos a la presidencia, queda claro que no sólo se trató de que una masa de votantes opositores a PRI-PAN-PRD se movilizaran. Tampoco fue el simple voto de los “millenials”. En comparación con la elección presidencial de 2012, en resultados totales por coalición, el PRI pasó del 38.1 % al 16.4%, el PAN de 25.4% a 22.2 %, el PRD sólo recibió 1.5 millones de votos y tiene un padrón de 5.2 millones de militantes (sólo obtuvo cien mil votos más que el PES) y AMLO pasó de 31.6 % a 53.1%. Un cambio importante tuvo que ocurrir al interior de las militancias partidarias para que AMLO lograra esa cifra. El voto ciudadano “independientes” difícilmente la alcanza, sino fuera por su conjunción de parte de los aparatos corporativos -partidarios del PRD y del PRI.

Las primeras medidas y mensajes de AMLO, Peña Nieto, los partidos políticos y los más ricos de México evidencian que se trata de un “giro progresista” para asegurar la continuidad del régimen, tratando de disminuir lo que de popular y subversivo tuvo el triunfo. Una forma eficaz de reformulación de la dominación, que las oligarquías -desenfrenadas en poder, ambición y derroche- suelen rechazar a pesar de que les beneficia. Y aunque algunos podrían decir que fue la dinámica del capital la que configuró el triunfo, para recuperar su tasa de ganancia, esa afirmación resulta demasiado apresurada para ser comprobada y no alcanza a explicar un proceso político que no se condiciona por la economía.

En cuanto a los llamados “poderes fácticos” del país, resulta evidente que ellos se mueven en la lógica de ser partícipes del triunfo de AMLO. Los empresarios del Consejo Mexicano de Negocios -que tanto lo atacaron y que él denunció estaban orquestando un fraude en su contra – tras la reunión con el futuro presidente, compartieron un video en el que saludan su triunfo y aseguran que colaborarán con el gobierno y sostendrán sus inversiones en el país. Las declaraciones de Claudio X. González, quien fuera acérrimo enemigo de AMLO, son esclarecedoras de que desde las elites se optó por él, pues es el único político que puede “serenar el país”. La ausencia de exabruptos en los mercados financieros demuestra la tranquilidad con que fue percibida la elección y ellos suelen ser inclementes. Por su parte y hasta ahora, AMLO les prometió beneficiarles con el pago de mano de obra aprendiz en sus empresas, a fin de que muchos jóvenes accedan por primera vez al empleo y se capaciten técnicamente, les prometió estabilidad, no modificar la constitución, darle continuidad al régimen sin exabruptos, no revertir contratos petroleros, continuar con las zonas económicas especiales y no revertir los aumentos a las gasolinas. Y su futuro encargado de la oficina de la presidencia, el empresario Alfonso Romo declaró que el gobierno electo y los empresarios están en una luna de miel que durará seis años. “Estamos muy bien todos. Ya nos queremos todos”, añadió.

Los medios de comunicación, intelectuales orgánicos del régimen y la alta jerarquía católica han mostrado una subordinación total al nuevo presidente. Aunque leves amenazas de que “serán críticos y vigilantes”, todos han reconocido -sin menoscabo alguno- su gran legitimidad, su “perseverancia”, su eficacia política y sensatez, si sostiene la misma postura que en campaña.

En cuanto a las fuerzas armadas, el problema fundamental de ellas no radica en la corrupción y colusión con el crimen organizado, sino en su plena subordinación a la doctrina militar de Estados Unidos. En una rueda de prensa, el 5 de julio, AMLO además de decir que el ejército votó mayoritariamente por él, mencionó que respetará la forma tradicional de elección de Secretario de Defensa, que parte de seleccionar entre los generales de la cúpula al relevo –la que ha sido parte de la guerra contra el terrorismo y el narcotráfico-. Lo más probable es que el General Pedro Felipe Gurrola Ramírez sea el próximo secretario. De ser así, la subordinación militar incondicional a Estados Unidos, las formas anti subversivas y de guerra en contra de la población continuarán, pues se trata de un ranger formado en Fort Benning, Georgia (la nueva Escuela de las Américas) y en Fort Leavenworth, Kansas. Ha sido un militar clave en la guerra en contra del narcotráfico en Sinaloa, Michoacán, Veracruz y Tamaulipas. Fue el sucesor de Alfredo Castillo como comisionado de seguridad en Michoacán, tras la crisis en ese estado en 2013. También fue responsable de la región de Marqués de Comillas, en Chiapas, donde no sólo se combate al narcotráfico, sino a las resistencias comunitarias. Fue agregado de Defensa, Militar y Aéreo en la Embajada de México en Washington, D.C. Y el 1 de febrero de este año, Gurrola Ramírez fue el responsable de recibir al Secretario de Estado de EE.UU., Rex Tillerson, en su visita a México. El perfil de este general permite pensar la aceptación del triunfo de AMLO no sólo por el Ejército sino por Estados Unidos en materia de Homeland Security. Además de las declaraciones positivas de Donald Trump sobre el próximo presidente y la posibilidad de que asista a la toma de poder.

En cuanto al más probable futuro secretario de Marina, el almirante José Luís Vergara Ibarra, también se ve clara la cercanía con Estados Unidos. Fue Agregado Naval Adjunto a la Embajada de México en EUA y tomó varios cursos de Inteligencia y Guerra Antisubmarina en Escuelas Militares del la Navy. 

Un elemento sorprendente y a la vez inquietante, es que no hayan ocurrido grandes hechos de violencia en las elecciones, lo que hace pensar que los más altos mandos que dirigen el crimen organizado ordenaron a sicarios, “halcones”, etc. participar ordenadamente en la “fiesta cívica”. Habrá que observar atentamente el comportamiento de estos grupos en los meses venideros y sus reacciones frente al nuevo gobierno.

El triunfo tan contundente de AMLO y las reacciones de los grupos de poder, confirma la inmensa fuerza y vigencia que aún tiene la figura presidencial en México. Todos los actores han cumplido su rol en los antiguos esquemas establecidos por la tradición política mexicana, que hace 30 años había entrado en una fase de descomposición ¿Será una reformulación del régimen? ¿Cobrará mayor fuerza el presidencialismo en México? ¿Será la forma en de imposición de condiciones a AMLO? ¿Cuánto durará este reconocimiento y respeto a quien antes fue llamado un “peligro para México?

 

Cientos de simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador festejaron en el Zócalo. Fotografía: Andrea Mucía / Agencia Cuartoscuro

II. El triunfo popular

La derrota del PRI-PAN-PRD, que se haya impedido el fraude y que el candidato opositor ganará por un amplísimo margen, fue también un triunfo popular. Más allá de las alianzas y posibles pactos en torno a AMLO, el hartazgo social y la movilización popular fueron detonantes de la crisis que logró su triunfo y que obligó a que los “poderes fácticos” optaran por él.

En su momento, el Pacto por México constituyó el mayor triunfo de la oligarquía, al haber logrado imponer el último paquete de “reformas neoliberales” que la resistencia popular había detenido. Pero el aparente cobró factura en las elecciones. La gente se vengó de los firmantes empujado su salida del gobierno. Cuán añorado había sido por el pueblo ver las caras derrotadas de Aurelio Nuño, Ricardo Anaya, José Antonio Meade y tantos otros que tuvieron que reconocer su derrota, la misma noche de la elección.

Los festejos en todo el país, en especial en el zócalo de la Ciudad de México, representaron un suceso inédito. Nunca antes, en los años recientes, los sectores populares habían llenado el zócalo y otras plazas para festejar una victoria política popular. El zócalo había sido siempre el espacio en que se mostraba la rabia, el coraje, la indignación, pero no la alegría y la sensación de que la fuerza popular pudiera ganarle al gobierno, aunque parcialmente y no por conducción propia.

Aunque AMLO promete respetar el régimen, niega una transformación profunda del Estado y tampoco plantea una transformación del ejercicio del poder por los sectores populares, en términos del imaginario popular ocurre una gran transformación: por primera vez en muchos años, se relaciona a los nacos, prole, chusma, gatos, indios con el poder, y el discurso racista, misógino, clasista -expresado en parte en el #meduelesMexico- aparece como fuerza de oposición, aunque en términos culturales profundos sea brutalmente dominante. La identificación de los de abajo con el poder, aunque sea un poco, la confianza en que desde las altas jerarquías pueda lograrse un cambio en favor de los jodidos y que se haya abierto la esperanza de una vida mejor, tiene un impacto muy fuerte en contra de la auto subestimación de los oprimidos, y permite –parcialmente- que cobren conciencia de su fuerza.

A pesar de no ser propio, sino de actores que vienen del mismo régimen, es también un triunfo del pueblo. El discurso oficial, las fotos de AMLO con Peña Nieto, con empresarios y políticos tradicionales buscan disminuir el papel del pueblo -o al menos de una parte de él- en esa victoria.

Miles de personas simpatizantes a Andrés Manuel López Obrador, asistieron a la plaza de la constitución para celebrar su victoria en las elecciones presidenciales. Fotografía: Misael Valtierra / Agencia Cuartoscuro

III. Sobre los posibles escenarios en el gobierno

Los posibles escenarios tras el triunfo de AMLO son difíciles de prefigurar. Paco Ignacio Taibo II había proyectado uno de permanentes choques, en los que la militancia de Morena tendrá que estar movilizada permanentemente ante las presiones de los empresarios y políticos, al mismo tiempo que la población demandaría al nuevo gobierno ir más allá de las propuestas conciliatorias. El centro de las confrontaciones estaría en las calles, contra los pobres “beneficiados” por el presidente.  Quizás las tensiones en el gobierno de Salvador Allende en Chile (1970-1973), podrían asemejarse al escenario previsto por Taibo II. O de modo más cercano, a lo ocurridos en Brasil con Dilma, en la que una parte de sus aliados se pudiera voltear en su contra. En esa línea, diversos intelectuales de izquierda y movimientos que impulsaron a AMLO apuestan a que esto genere una radicalización de AMLO o que al menos, nuevos actores políticos de Morena tomen fuerza y se erijan como los continuadores de un liderazgo que, por seguir las leyes establecidas, tiene un horizonte efectivo de sólo seis años. La confrontación, en ese escenario podría terminar en graves enfrentamientos, si tenemos presente la tradicional violencia política con que se opera en nuestro país y que el nuevo escenario no demuestra poder revertir.

El triunfo de Morena en las dos cámaras legislativas, en importantes estados -en materia económica y peso político- como Veracruz, Chiapas, Ciudad de México y Tabasco, y al haberse reducido la representación del PRI en las cámaras a una marginal tercera fuerza, hace menos probable ese escenario, al menos hasta las elecciones intermedias de 2021.

Otro escenario, que no excluye la confrontación de algunos sectores de la oligarquía, ni la movilización popular, menos aún el ataque a las comunidades, es que el triunfo de AMLO impacte con tanta fuerza que su liderazgo lleve una reformulación de la dominación. Una especie de transmutación del PRI a Morena, con mejoras leves para los más pobres sin que cambie en lo estructural del Estado, como se advierte en su frase “Por el bien de todos, primero los pobres”. Un escenario en que amplios sectores populares-gremiales pasarían de la exclusión a la inclusión en el Estado; la cooptación de varios líderes sociales y la reingeniería de las formas clientelares y corporativas, sin que se echen atrás las reformas “neoliberales”, sólo se les aplicarían ajustes mínimos. Los niveles de riqueza que genera el país, permiten que tan sólo con la moderación de la corrupción y una relativa austeridad del aparato de Estado, se logre transferir esos recursos a programas sociales sin tocar las ganancias de los oligarcas. Ya con Peña Nieto y la relación con Donald Trump, quedó evidenciada la capacidad estatal para rescatar elementos del nacionalismo priista bajo las actuales formas de entreguismo.

Este segundo escenario es el más probable por la forma en que se han configurado las fuerzas en torno a la disputa, el acumulado cultural y la composición actual de los movimientos populares-. Estamos hablando de un escenario en que los dominadores, opresores y explotadores en México, ante la descomposición estructural del Estado -que ha alcanzado niveles inusitados al menos desde 2006-, utilizarían la figura de López Obrador -y este sin problemas lo permitiría- para intentar reformar el Estado, hacer algunos ajustes, sobre todo en lo que tiene que ver con la legitimidad gobernados-gobernantes, para contener un estallido social y tratar de abrir un periodo de nuevas posibilidades para ese mismo Estado.

No hay que descartar el uso de la violencia paramilitar como forma encubierta de ataque popular. A la “tolerancia cero” de Rudolph Giuliani –que aplicó AMLO en el Distrito Federal- y la aceptación de la Ley de Seguridad Interior, hay que sumarle la participación de Wilfrido Robledo, operador de la represión en Atenco en 2006, en la campaña de Morena en Tabasco, la adhesión de Jorge Franco, Secretario General de Gobierno de Ulises Ruíz en Oaxaca y organizador de la represión en contra de la APPO, al mismo partido, y la invitación a Manuel Mondragón y Kalb -quien dirigió el ataque contra la protesta el 1 de diciembre de 2012 y la represión en contra de la CNTE hasta inicios de 2014- a que sea parte de su gabinete 

En este último escenario se vislumbra la marginación de los movimientos populares que rechacen ser incorporados. Es posible que se fragmenten y que sean confrontados por los sectores incluidos ante cualquier protesta. Esa polarización sería, en parte, condicional de la reformulación del Estado. Un escenario difícil para hacer política y lograr convertirse en una oposición y alternativa de cambio. Las fuerzas de izquierda correrán el riesgo de ser marginadas, incluso por el pueblo que quisieran representar. Se estará en constante riesgo de terminar aliados con los grupos de derecha y ultraderecha que también querrán la confrontación.

No existe garantía de que esa reforma del Estado sea durable, ni que logre sostenerse con la fuerza que logró el PRI en ocho décadas. No son las mismas condiciones. El deterioro del Estado es profundo y el acumulado de resistencias en su contra también. Ambos tensarán las circunstancias en contra de la posible reformulación. En todo caso, se podrá contener en lo inmediato la inconformidad, pero las potencialidades de organización subversiva seguirán latentes.

En ambos escenarios, un elemento importante a considerar es la posibilidad de que el desprestigio de Morena logre impactar en la gente que votó por esa agrupación. El hartazgo asomó el triunfo. El triunfo la esperanza de cambio. Pero gran parte de quienes están al frente provienen de la estructura que fue impugnada. Es probable que ellos ejerzan el poder en contra del pueblo, que se corrompan e incumplan el “no robar, no mentir y no traicionar” que tanto han sido aplaudidos. 

En términos ideológicos, hay que tener en cuenta, que quienes perdieron la presidencia no han sido destrozados culturalmente. Son ellos quienes expresan la cultura y sentido de nación dominante. Mientras eso no sea subvertido por un proceso de cambio radical, que no cabe en las formas instituidas de participación política, los actos políticos de los opositores –aunque estén en el gobierno- estarán condicionados para repetir el guion prestablecido, en asumirse como usurpadores de un poder que no es suyo y que, en algún momento tendrá que volver quienes se cree son sus dueños –la oligarquía, el PRI-PAN, et. al. 

Andrés Manuel López Obrador, virtual ganador del proceso electoral rumbo a la presidencia, durante su llegada a su casa de campaña. Fotografía Mario Jasso / Agencia Cuartoscuro

IV. La fragmentación del movimiento social

Los movimientos populares se encuentran fragmentados y desgastados como nunca antes, producto tanto de las incapacidades y errores como de las dinámicas de violencia en su contra (social, salud, ambiental, política, económica). La debilidad se une a la ausencia de liderazgos políticos, a la asimilación de políticas reformista o abiertamente de derecha, consecuencia de que prevalece la renuncia a plantearse una opción revolucionaria sobre el conjunto de creencias y líneas de trabajo político. Es decir, el rechazo y carencia de una vía real -y no sólo discursiva- de lucha por el poder político para iniciar una transformación radicalmente anticapitalista, de liberación nacional y social.

La mayoría de movimientos populares se convirtieron en dependientes de la gestión del Estado y no han logrado crear una militancia por fuera de esta dinámica, a pesar de que sostengan una radicalidad discursiva. En el escenario electoral, mayoritariamente se han sumado -en condiciones de desventaja- a la campaña de Morena, sin lograr incidir en el proyecto ni en decisiones importantes. Otra parte, justificando el rechazo a los partidos, logró avanzar disputando algunos espacios con candidaturas independientes que, en su mayoría, fueron pactadas con grupos locales de poder y fracasaron.

En los primeros días tras las elecciones, diversos grupos de izquierda, por fuera de Morena, se han movido en al menos tres distintas formas de posicionamientos que, lejos de marcar una distancia con el futuro gobierno o de buscar un acercamiento con la movilización que se desató, no logran resolver claramente cómo sostenerse siendo opositores sin legitimar al Estado ni aislándose de la gran movilización social que ocurrió. Una forma de posicionarse ha sido la de quienes exaltan el triunfo, hablan de un cambio de época, resultado de tantos años de lucha –y al decir esto piensan en sí mismos-, se muestran como si siempre hubiesen estado cerca de él, a fin de lograr insertarse en algún espacio del nuevo gobierno; defiende a AMLO de cualquier crítica y piensan que es ahora el momento de “grandes oportunidades de cambio”, opinan que la izquierda debe de guardar silencio y darle tiempo al nuevo gobierno. Una segunda posición, están quienes reconociendo la gran fuerza de la elección, lanzan cartas públicas, exhortos, exigencias a AMLO para dictarle una especie de programa político, desde su marginalidad y distancia con el proceso, muestran una especie de esperanza en el nuevo gobierno; otra forma de ser de esa posición, son aquellos que tan sólo reconocen el resultado de la elección como un triunfo popular –hasta le llaman insurrección cívico electoral-, y como auto proclamados representantes del pueblo, anuncian que vigilarán al nuevo gobierno y demandan salir del neoliberalismo, entrampados en aparentar distancia del régimen, no dejan de seguir siendo funcionales a la dominación en tanto la amenaza abandona la disputa política y se centra en que les resuelvan sus demandas de grupo. Una tercera posición, se sostiene con la soberbia de quienes se proclaman como actores críticos que amenazan con tener vigilado al nuevo gobierno y lo obligarán a cumplir las exigencias radicales de campaña, aunque varios de ellos participaron en la elección al último momento o se mantuvieron callados a fin de no cerrarse ninguna puerta para poder negociar los intereses de su propio gremio. Esa última posición explica las elecciones como si ellas fueran un juego preparado, en el que la acción popular sólo fue producto de la manipulación de quienes autónomamente decidieron de cambiar de verdugo para el pueblo.

Por fuera de esas tres lógicas, varias organizaciones continúan en su trabajo cotidiano, se mantienen distantes y escépticas de AMLO, a pesar de que algunas participaron en las elecciones como táctica para derrotar al candidato oficial, como hizo el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra en San Salvador Atenco. Siguiendo su labor, sostienen el trabajo territorial con un porvenir adverso, dado que la lógica de despojo territorial no parece detenerse con AMLO, al contrario, según las declaraciones de Alfonso Romo, se incrementará con un proyecto más ambicioso de las Zonas Económicas Especiales, quizás tratando de seguir el plan de Ernesto Zedillo, que con Santiago Levy y Guillermo Ortiz está bien representado en la futura administración. 

En cuanto a la juventud que dio vida al movimiento #YoSoy132, la mayoría está dispersa. Un amplio sector, sumamente visible por su manejo de redes y por provenir de los estratos sociales que siempre atraen los reflectores, se lanzó a apoyar a Morena, otros, también del mismo origen, se fueron a las campañas independientes. En ambos casos, la radicalidad anti sistémica que les identifica cerca de las luchas comunitarias se convirtió en una participación “ciudadana consciente”, correlato de la realpolitik. 

En el plano internacional, en especial en América Latina y el Caribe, luego del triunfo del derechista Iván Duque en Colombia, que amenaza con abortar el proceso de Paz, el triunfo de AMLO avivó en los sectores de izquierda la esperanza e ilusión de un nuevo periodo de gobiernos “progresistas” o, al menos, un respiro frente al ataque intervencionista de Estados Unidos. La mayoría de esas percepciones resaltan el compromiso que hizo AMLO de seguir los principios de auto determinación, no agresión y neutralidad que habían caracterizado al Estado mexicano. Sin embargo, desconocen, al mismo tiempo, que en materia internacional él ha tomado constantemente distancia de los procesos populares de la región y ha rechazado, no sólo como táctica, las expresiones políticas más radicales que detentan el poder -Cuba y Venezuela. La incomprensión tan grande de lo que ocurre en México seguirá, con el agravante de que las luchas quedarán invisibilizadas por la esperanza de un giro de izquierda en la región y por el juego que el Estado mexicano haga en ese mismo sentido. 

Los movimientos populares enfrentarán un escenario inédito. Sumidos en una situación muy difícil, y en un proceso electoral del que no fueron actores principales -a pesar de haber sostenido la resistencia y haber sido la expresión organizada del hartazgo social-, su posible dinamismo no vendrá por sus actos -probablemente- sino de los actos del gobierno que les afecten, de las respuestas de presión y ataque en contra de AMLO y ellos por la oligarquía ante cualquier ajuste en favor de los más pobres que no quieran tolerar y de la dinámica de violencia y descomposición social que aún no termina. Desde ahí tendrán que reconstruir sus movimientos y tratar de convertirse en los referentes populares legítimos que no deberán esperar dádivas del gobierno, sino arrebatar sus derechos y generar condiciones, por fuera de la dinámica estatal, para pelear por un cambio profundo. 

Los nuevos llamados a frentes, bloques o polos populares no parece que puedan prosperar en lo inmediato, más que como ficción, sobre todo porque se están construyendo desde la dinámica de grupos que intentan ponerse al frente de la lucha para negociar, a nombre de varios, sus intereses con el futuro Ejecutivo y, por ende, carecen de posibilidades de disputa cultural frente a la nueva configuración de fuerzas. 

Los posibles referentes legítimos y con capacidad de movilización política no gremial, tardarán en forjarse y podrán hacerlo en la medida de que se desarrollen las contradicciones entre el pueblo y el gobierno –no la izquierda- y, construyan una fuerza que dé muestras de poder llevar a la victoria la transformación que AMLO ha prometido a políticos y empresarios, no realizará. También, en tanto salgan del horizonte prestablecido que reduce la lucha política al enfrentamiento contra el neoliberalismo y considera como viable una alianza –siguiendo los dogmas- con una burguesía nacional.

Protesta de jóvenes. Fotografía: Pablo Zamora / Agencia Cuartoscuro

V. Pensando los desafíos de la transformación

Los conflictos muestran un cambio histórico en las formas de dominación. Un giro en el que, a pesar de los conflictos sociales, los dominadores mantienen el control del juego. Los posibles escenarios demuestran que México sostiene una de las formas más sofisticadas de control para impedir revoluciones.

El escenario más probable, un cambio sin transformación profunda y reformulación-reforzamiento de la dominación, implica para las fuerzas populares un difícil camino. Tendrán dificultades para trazar la unidad de lucha política no reivindicativa, se moverán en un estrecho margen que podría vincularlas con la derecha y confrontarse con los sectores populares pro AMLO.

Los escenarios parecen sumamente adversos. El actual estado de las fuerzas populares no es alentador. Pero el acumulado cultural de resistencia y los conflictos sociales, que la reformulación del Estado no podrá desmontar o neutralizar por mucho tiempo, resultan fortalezas básicas que, ligadas a una necesaria alternativa política, la determinación personal de quienes la conformen, una conducción firme, un camino que aparezca como realizable y que logre galvanizarse con los reclamos de los pobres, logrará irrumpir para conformarse como un movimiento contra el Estado y de lucha por el poder.

En ese sentido, la demanda de un proceso y asamblea constituyente aparece como el reclamo histórico que reiteradamente AMLO no quiere realizar. Representa el mayor ajuste de cuentas que puede reclamar el pueblo ante los agravios cometidos en su contra, no sólo en por los “neoliberales” sino por todos los traidores a la patria.

La importancia de la demanda constituyente tendrá que sortear un camino difícil. Evitar chocar tempranamente, para no aislarse de la mayoría del pueblo. Al mismo tiempo, tendrá que construir una fuerza que muestre posibilidades reales de cambio –como lo hizo en su momento Morena- y que no ofrezca dádivas a cambio de la participación, sino un espacio para pelear, para resolver lo que la “cuarta transformación” no podrá hacer. 

Se abre la posibilidad, aunque remota, de que la minoría que es la izquierda revolucionaria se haga pueblo y arrastre consigo a las masas, conmovidas por la lucha contra la mafia del poder, a la lucha por el sueño propio. Tengamos claro cómo las experiencias revolucionarias partieron de lo común para subvertirlo, del movimiento existente para superarlo, del suelo hecho por la política establecida para resquebrajarlo hondamente, pero siempre por fuera del teatro de conflictos establecido por el enemigo.

Para avanzar, habrá que vencer el dominio cultural que invita a conformarse con la política realista. Y al mismo tiempo, pensar más allá de las soluciones que el terror instalado muestra como las únicas posibles. Será necesario recuperar la legitimidad de la resistencia y desobediencia y echarlas a andar de modo masivo. Romper con el aislamiento que la adhesión al gobierno generará y a la inmediata, aunque endeble, confianza en “darle tiempo” para que cambie las cosas. Para esto será necesario trazar lazos de unidad con la futura militancia de Morena inconforme y lograr crear un bloque de fuerzas opuesto al Estado en su conjunto y no sólo al presidente, como se ha movido la protesta popular hasta ahora.

Asumir la lucha política y pensar en la estrategia necesaria para lograr quebrar la dominación y conseguir la unidad popular frente al Estado, supone para un momento tan adverso, pasar a la ofensiva cultural, subordinada al proyecto político y no como un espacio de “entretenimiento”. Una disputa cultural que ponga en el centro que la verdadera victoria será cuando el pueblo mande.

* Filósofo. Integrante de la Nueva Constituyente Ciudadana Popular y de Jóvenes ante la Emergencia Nacional

Fotografía: Andrea Murcia / Agencia Cuartoscuro

Notice: compact(): Undefined variable: limits in /home/xdfe27xdgel4/domains/elecciones2018mx.periodistasdeapie.org.mx/html/wp-includes/class-wp-comment-query.php on line 853

Notice: compact(): Undefined variable: groupby in /home/xdfe27xdgel4/domains/elecciones2018mx.periodistasdeapie.org.mx/html/wp-includes/class-wp-comment-query.php on line 853