Convertido en una premonición de las victorias presidenciales, el Estadio Azteca se pintó este miércoles del guinda de Morena. En un escenario producido para la tele, Andrés Manuel López Obrador encabezó un cierre de campaña desbordado y lleno de jolgorio. El de ayer no fue un público sólo de izquierdas, que canta consignas de protesta, sino público variopinto, heterogéneo y bailador

Texto: José Ignacio De Alba

Fotografías: Duilio Rodríguez y Ximena Natera

Video: Roberto Hernández

 

CIUDAD DE MÉXICO.- El boleto no garantizó que la gente pudiera entrar al cierre de campaña de Andrés Manuel López Obrador en el Estadio Azteca. Aunque portaran máscaras del temidísimo tigre, aunque juraran su amor más puro al tabasqueño, aunque fuera importantísimo para la cuarta transformación republicana, en el cierre de campaña del candidato puntero en la elección presidencial, mucha gente quedó fuera del coloso, que por precaución cerró las rejas a la desairada concurrencia que alegaba injusticia y sabotaje.

 

El evento empezó a las cinco de la tarde, pero desde cuatro horas antes se advertía el lleno total del “Coloso de Santa Úrsula”. El puente de acceso por el tren ligero se convirtió en tianguis de gorras, máscaras, calcomanías, peluches, sombreros, periódicos comunistas, anarquistas, panfletarios, revolucionarios, de cooperación voluntaria. Las banderas, que son cosa sería cuando se habla de patria, eran parte de la logística de campaña, se vendían. Las playeras fueron hechas por los asistentes. La gente llegaba con la camiseta bien puesta y eso que no es futbol.

 

Cierre de campaña de AMLO en el estadio Azteca. Ciudad de México

Fotografía Duilio Rodríguez

 

 

Los que llegan tarde, que son la mayoría, terminaron de atiborrar el estadio. La lealtad al tabasqueño que ha ido arriba de punta a punta en la campaña presidencial, hace innecesarios los acarreos de personas; la amenaza de lluvia no agüita a la gente, más bien ensalza el ambiente de heroísmo.

 

Pero este tercer cierre de campaña (por la presidencia del país, porque en su carrera suma varios más) de AMLO tuvo cupo limitado a 100 mil personas. En 1999 la configuración del estadio permitió la entrada récord de 140 mil fieles que asistieron a misa con el papa Juan Pablo II, pero el espacio se ha ido reduciendo con remodelaciones y ahora, miles tuvieron que conformarse con ver a su líder en las pantallas del estacionamiento.

 

No sólo hubo entrada para el público en general. En los palcos también había gente que apoyó con banderas y pancartas.

 

El tumulto se extendió a los túneles de acceso. En uno de ellos, la entrada para invitados especiales y prensa acreditada, el académico John Ackerman no dudó en hacer uso de su superior nivel y advirtió a los jóvenes que trataban, con poco éxito, de ordenar el ingreso: “¡Aquí hay gente del gabinete!”.

 

Uno no pensaría que en un lugar tan grande afloraran síndromes claustrofóbicos, pero la Ciudad de México siempre ha tenido la capacidad de colmar los espacios con construcciones inverosímiles y además llenarlas de gente. Escuchar a 100 mil personas gritando al unísono en ese inmueble le eriza el pelo del cuello a cualquiera.

 

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Fotografía Ximena Natera

 

Las distancias dentro del propio estadio son tan grandes que uno duda que la gente al otro extremo de la canche esté al tanto de lo que pasa en el escenario. Pero las “olas” propias del ambiente mundialista de estos días comprueban que todos los asistentes están más o menos del mismo ánimo.

 

Frente a la sublime asistencia, la cantante pop Belinda interpretó uno de sus éxitos más entrañables “El Baile del Sapito”, sin parecer molesta por ello (aunque un morenista experto en el tema aseguraba que odia que le pidan esa canción). Belinda aseguró: “sooooy la maaaas feliiiz de estaaar aquiii”.

 

Este recinto ya ha albergado cierres de campaña de otros candidatos que después fueron presidentes. El primero en usarlo fue el panista Felipe Calderón, en 2006. Y en 2012 hizo lo propio el priísta Enrique Peña Nieto. En los dos casos, la tensión por los resultados permeaba en lo cerrado de la competencia. Ahora, López Obrador llegó al Azteca con una ventaja en las encuestas de veinte puntos sobre el segundo lugar.

 

Antes de Belinda, la Diosa de la Cumbia había puesto a bailar hasta a políticos y reporteros, pero quien encendió los corazones y las luces de los celulares en el estadio fue Espinoza Paz, la sorpresa de la noche.

 

El baile duró más que el evento político, pero la entrada del candidato presidencial, fue apoteósica: sólo en cruzar el camino para subir al escenario duró 10 minutos, en los que el tabasqueño repartió abrazos, saludos, besos, selfies y autógrafos. La gente se emocionó cuando aceptó una foto con una joven que sostenía la bandera de la comunidad gay; luego del retrato Andrés la besó en la mejilla.

 

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Fotografía Ximena Natera

 

A López Obrador, de 64 años (es más viejo que el estadio) pareciera la gente lo llena de energía. Horas antes de llenar este recinto, el candidato estaba cerrando campaña en su natal Tabasco, a casi mil kilómetros de distancia. El hombre tomó un avión a las 5 de la tarde, justo a la hora que empezaba la fiesta. Pero en el último mitin de sus 18 años de campaña presidencial, lucía fresco y feliz, apapachado por la multitud.

 

Su discurso fue precedido por una presentación de la candidata a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, quien, visiblemente emocionada, dijo: “ya podemos asegurar que será el próximo presidente”. 

AMLO y Claudia Sheimbaun durante el cierre de campaña de Morena
Fotografía: Duilio Rodríguez

 

En el escenario lo esperaban los candidatos a las gubernaturas por la coalición Juntos Haremos Historia, entre ellos el exfutbolista Cuauhtémoc Blanco (uno de los cinco máximos goleadores de este estadio), quien lleva una amplia ventaja en Morelos. También estaba su esposa, sus hijos, los dirigentes de los tres partidos que forman la coalición (Morena, Encuentro Social y del Trabajo) y Belinda, quien no se salvó de las miradas del candidato a la gubernatura de Guanajuato, Ricardo Sheffield.

 

El discurso del candidato duró más de una hora y fue una versión extendida de los mensajes que ha repartido por todo el país. ¿El tema central? La cuarta transformación de la República, una transformación que será radical y sobre todo, pacífica. Llamó a la reconciliación y a la tolerancia; a la inclusión, a cuidar el medioambiente; dijo que su gobierno sería austero, que acabará con los privilegios, la corrupción, la violencia y la pobreza. Que se someterá a revocación de mandato y que los migrantes migraran sólo por gusto, el campo volverá a ser productivo y que el gobierno “no será un comité de unos cuantos”.

 

Los asistentes un poco desesperados de estar allí -para ese momento ya habían transcurrido unas nueve horas-  comenzaron a salir del colosal estadio (que nunca se vació) mientras López Obrador hablaba de una transformación moral, pues “sólo siendo buenos se puede ser felices”. El hombre reconoció el trabajo de miles de brigadistas que han hecho un trabajo de pedagogía política; dijo que su lucha sólo era la continuación las iniciadas por otros como Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Rubén Jaramillo, Othón Salazar, Heberto Castillo, Salvador Nava, Manuel Clouthier, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y Rosario Ibarra de Piedra, por quien votará este domingo. Reconoció a intelectuales como José María Pérez Gay, Arnaldo Córdova, Luis Javier Garrido,  Julio Scherer, Hugo Gutièrrez Vega, Sergio Pitol y Carlos Monsiváis.

 

También compartió su “ambición legítima”: “quiero ser un buen presidente de México”. Y pidió a los asistentes no confiarse y salir a cuidar el voto. “Nuestro triunfo debe ser contundente”, aseguró.

 

La noche alcanzó el evento. Entre el público variopinto se veía al doctor José Manuel Mireles, Nestora Salgado, el actor Sergio Mayer, la escritora Elena Paniatowska, el ex jefe de gobierno Marcelo Ebrad, Manuel Bartlet, Martí Batres, Tatiana Clouthier. Todos escuchaban la poderosa voz de Eugenia León interpretando La Paloma en su tercera versión (ha cambiado la letra para cada elección presidencial), y luego, de manera muy solemne y con la lluvia ya empezando, el himno nacional. Todos juntos y diversos para protagonizar el 1 de julio el revolcón político más grande que se recuerde.